Se sentaba y se levantaba sin cesar. Miraba de reojo todo ese inmenso salón sin saber que hacer. Algo fallaba. Ella lo tenía claro, así no estaba bien y había que moverlo todo. -De primeras se va a enfadar, no cambiará nada, pero se va a enfadar…- Sabía de sobra que a él no le hacía mucha gracia tanto cambio, pero que sabía él. Cambió de sitio los sofás. Cuando hubo terminado de colocar todo, se alejó para verlo todo en perspectiva. Miró de reojo la mesa de ping pong que hace las veces de mesa de comedor, la maldijo por lo bajo. Ya todo estaba perfecto, y él no tardaría en llegar. Se fue al dormitorio donde se desnudó y colocó ese conjuntito que llevaba tiempo guardando y que sabía que lo volvería loco. Se puso la bata y se sentó en el sofá. Cuando escuchó las llaves de la puerta, ella se entre abrió la bata dejando ver su maravilloso cuerpo por el hueco. Ese sujetador le encantaba, a ella y sobre todo a él.
Él venía después de un duro día, las cosas no estaban yendo muy bien últimamente en el trabajo, y eso le hacía estar más triste de lo que le gustaba. Por eso estaba deseando llegar a casa, para olvidarse de todo y pasar el tiempo con ella. Para darle una sorpresa a ella, se había pasado por un mercadillo que ponían cerca de casa y había comprado un vinilo de tangos argentinos, para escucharlos esa noche mientras cenaban.
Abrió la puerta, dejó las llaves sobre el recibidor y avanzó leyendo el dorso del disco que llevaba en las manos. Cuando llegó al salón, iba a quejarse por el cambio de lugar de los muebles, y entonces la vio a ella. Recostada en el sofá, la bata se deslizaba por su pálido muslo. Sonreía pícaramente mientras se acariciaba su bellísimo cuello. Él solo pudo más que sonreír como un tonto. Ella se levanto lentamente, dejando caer la bata, y mostrando su maravilloso cuerpo mientras avanzaba lentamente hacia él. Se besaron lentamente mientras ella comenzaba a quitarle la camisa. Y en ese momento él se separo de ella de golpe y le dijo -¿Alguna vez te han hecho el amor a ritmo de tango?-